miércoles, 3 de agosto de 2016

No Quiero Morir


Desde que enfermé anduve buscando qué era lo tenía, pues sin un diagnóstico los médicos no sabían qué remedio efectivo me podían recetar. Agobiada esperaba que me dieran la medicina que no sólo me aliviara sino que me curara de este mal. Pero cuando me dieron el diagnóstico, me encontré con la triste verdad que tengo una enfermedad muy rara que hasta ahora no le han encontrado remedio y que con este padecimiento sólo me aguarda la muerte. Eso no era lo que yo deseaba, pues todo enfermo anhela la sanidad, porque nadie desea sufrir y mucho menos quiere morir y yo no soy la excepción, yo no quiero morir, yo sólo quiero vivir.


ANA VICTORIA SANZ: Yo no quiero morir, yo quiero vivir
Mi fe está en Aquel que venció la muerte y esa fe
no me avergüenza.

Todas las personas temen morir, todos quieren vivir aun cuando su existencia sea carente de felicidad y aun sin salud todos nos aferramos a la vida; salvo los que están desquiciados que con un espíritu suicida deciden dejar de vivir, sin embargo, cuando un potencial suicida le hace saber a alguien que se va a quitar la vida en el fondo suplica ¡Auxilio, ayúdame si sigo así me voy a quitar la vida, no quiero morir, sálvame! Pero normalmente los que están a su lado no se dan cuenta hasta que este un día hace lo que dijo que iba a hacer.


Si le pregunto a alguien ¿Tú quieres morir? Lo más seguro es que me diga “No, yo no quiero morir”, pero ¿Quién quiere morir? ¡Nadie! Nosotros fuimos hechos para vivir, no para morir, la muerte nos aterra, porque no fuimos diseñados para la muerte, tampoco para la enfermedad. Dios cuando hizo su creación no nos formó el día uno cuando todo era un caos, ni siquiera el día dos, o el tres o el cuatro o el cinco, Él nos formó el día seis después que ya toda su creación estaba lista con el ecosistema perfecto para que el hombre hecho a su imagen y semejanza fuera feliz; Nosotros fuimos hechos para la felicidad, para la risa, para la plenitud de gozo y el deleite, fuimos hechos para ser sanos y nunca padecer dolor, por eso el dolor, las aflicciones y la muerte nos afectan tanto y nos descontrolan la vida.

Yo deseara que la muerte no existiera, pero no se puede hacer nada al respecto, la muerte está allí, amenazándonos en cualquier cosa, en un accidente, una enfermedad, un acto violento, un fenómeno terrible de la naturaleza, una agresión de un animal, en una manifestación cívica, en una guerra, en una ELA, en fin, la muerte está ahí esperando su momento para quitarnos de la tierra de los vivientes y no tiene edad para llegar, es siniestra y atemoriza hasta al más fuerte.

Se supone que uno va vivir por siempre, pero un día nos damos cuenta que no es así, y en nuestros primeros años de vida empezamos a lidiar con el concepto "muerte", el cual es difícil de comprender; vemos a un animalito morir y nos conmovemos, luego a un abuelo o a una persona mayor fallecer y creemos que la muerte es para los viejos, pero un día sabemos que murió el bebé de la tía o la niña de la vecina y nos percatamos que los niños también mueren, eso nos impacta y nos damos cuenta que también nosotros podemos morir en cualquier momento, entonces crecemos con el miedo de ella y para no agobiarnos con ese miedo preferimos obviarla y en lo posible no hablar de ella.

Pero de pronto nos fijamos que no sólo nosotros podemos morir, sino también aquellos que amamos y que nos dan seguridad en la vida y allí nos llenamos de terror al imaginar que se muera alguno de ellos y eso nos llena de pesar; La angustia que da es tremenda, tan sólo de pensarlo, por ejemplo, en mi caso, cuando caí en cuenta que mi mamá o mi papá se podían morir o alguno de mis hermanos me conmocioné mucho, reconozco que al meditar en eso empezaba a llorar como si eso en verdad hubiera ocurrido. Recuerdo, también, la angustia que me daban aquellos momentos, en los que me embargaba el temor a la muerte por mis hijos, especialmente cuando estaban recién nacidos, en ese entonces me levantaba a verlos, temiendo que no estuvieran respirando y se hubieran muerto; igual llega ahora a mi memoria la angustia que me daba cuando ellos estaban muy enfermos, en esas noches que se hacían tan largas, mientras yo velaba su sueño, bajando con compresas sus fiebres altas y aguardando despierta para dar a tiempo su tratamiento, en esos momentos no podía evitar tener esos sentimientos de temor de que ellos no respondieran a los remedios.

La muerte ¡Cuán terrible es! Y lo peor es que no podemos vencerla con nuestras fuerzas, capacidades y avances científicos. Hasta ahora, en caso de enfermedad, se ha logrado con la ciencia y medicina que se detenga un poco la eminente muerte ya sea por unos años o meses o días, pero ella sigue allí silente esperando su momento y todos nosotros  más tarde o más temprano seremos objeto de ella y así lo aceptemos o no un día cualquiera tocará a nuestra puerta y entonces moriremos. 

Escuché un chiste en alguna parte que decía que alguien hizo un ensayo a 10.000 personas y el resultado arrojó que el 100 por ciento de los individuos que participaron en el estudio iban a morir; esta es una gran verdad dicha de la boca de un comediante, pues todos estamos sentenciados a muerte, salvo aquellos que hayan creído en Jesucristo y estén vivos para el tiempo en  que Él venga por segunda vez, pues, como dice las Sagradas Escrituras en 1 Tesalonicenses 4:13-17, estos serán alzados y llevados con Él, es decir no morirán y se encontrarán con Cristo en las nubes del aire.

Recuerdo una vez que iba con una persona muy querida por mí en su carro y pasamos por una funeraria y esa persona cuando pasó por allí se espantó diciendo “¡Lejos con eso!” esa vez medité en esa conducta y pensé en lo lógico que es que uno se espanté de la muerte, pues es algo desconocido, algo que no hemos experimentado. La vida es lo único que conocemos y esta vida puede ser buena y a grandes rasgo feliz o puede ser terrible sujeta a maltratos, desventuras, vicios, enfermedades y aflicciones, pero no importa las circunstancias en la vivamos esta es la vida que hemos vivido y ya sea buena o mala es lo único que conocemos y hemos probado, sólo sabemos vivir y nada más, todo lo que está fuera de esto nos causa terror.

Pero aunque sólo queramos vivir la muerte es real, sin embargo ¿Puede todo lo que yo soy quedarse allí, en un cuerpo inerte en un ataúd que se descompondrá en una fosa debajo de una lápida con mi nombre? ¿Dónde quedará la Ana Victoria que piensa, que sueña, que tiene sentimientos, que tiene convicción de lo bueno o de lo malo, que habla lo que siente y expresa sus intenciones con palabras, muecas, señas y acciones? ¿Soy yo sólo eso, un pensamiento que se lo lleva el viento? ¡Claro que no! Si la vida acabara por completo en esa tumba fría ¿Para qué vivo y qué sentido tiene la vida? ¿Y para qué vivir con honradez, para qué esforzarse en ser justo y hacer el bien, para qué toda la lucha por mantenerse íntegro? Si somos nada ¿Para qué ser sabio y tener temor de Dios? Si sólo somos como una hoja que cae y se desintegra y de allí ya no queda más nada de nosotros más que el olvido de que una vez existimos.

Pero la verdad, es que Dios si considera que somos más que una hoja de un árbol que cae al suelo, Él cree que somos muy valiosos, tanto que dio la vida de su Hijo para que la vida de los que creen en Él no termine con la muerte, sino que comience con ella, pues con su Hijo Jesucristo la muerte deja de ser la condena de terror y se convierte en el medio para alcanzar la vida eterna.

La muerte es así como el momento del transitar de un bebé por el cuello uterino de su madre, ella es un medio que nos conduce de un ecosistema conocido, pero limitado y oscuro, a uno desconocido que es ilimitado, lleno de luz y eterno. El bebé no se propone nacer, pero él se forma para nacer, no para permanecer eternamente en el útero y aunque no quiera nacer y se niegue a hacerlo, le llegará su momento y el mismo medio que lo contuvo, lo alimentó y lo ayudó a formarse lo expulsará quiera él o no, así nosotros, nos guste o no, estemos preparados o no y lo entendamos o no, cuando nos llegue el momento seremos expulsados a través de la muerte de este gran ecosistema donde vivimos y nos encontraremos, de una vez y para siempre, con la Luz y la Vida Eterna.

Las sagradas Escrituras nos dice, en Génesis 2:7: “Entonces, del polvo de la tierra Dios el Señor formó al hombre, e infundió en su nariz aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser con vida”, un ser para vivir y para vivir feliz, pero el hombre pecó, o sea decidió hacer su propia voluntad, obviando la de su Creador y eso le costó la unidad que el hombre (y la mujer) tenía (n) con el Señor y esa separación que se hizo, ese abismo insalvable que se formó entre ellos se llamó pecado y el pecado tiene un solo tipo de condena y es la MUERTE, por eso aunque queramos vivir estamos condenados a morir, pues ya hemos sido condenado como dice Romanos 6:23 “Porque la paga del pecado es muerte”, vemos morir y morimos, porque el pecado nos sentenció a muerte y lo peor nos castigó a tener una muerte eterna.

Sin embargo nuestro Creador, aunque le dimos la espalda y preferimos hacer lo que queríamos, nos amó tanto que viendo que no podíamos vencer la muerte y que ella era nuestra sentencia, envió a su Hijo, su único Hijo para que Él llevara nuestra culpa y pagara el precio por nuestras transgresiones, muriendo en nuestro lugar para que tuviéramos vida, Él aunque no lo merecíamos, nos dio el regalo más grande que podemos desear aquellos que no queremos morir y ese obsequio es la “vida eterna”, pero hay una sola condición para obtener esa vida eterna y esa condición es “creer”, creer que Él la da gratuitamente como dice Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en Él cree no se pierda más tenga vida eterna”. 

Yo, como no quiero morir, he creído esa Palabra y esa es mi fe, que Jesús pagó por mí para que yo no muera eternamente y tengo la convicción de que Él quitó esa separación entre Dios y yo y por su sangre derramada en la cruz Él expió mi pecado y me permitió por su gran amor acercarme confiadamente a Dios para recibir su regalo de vida eterna. 

Si Jesús no se hubiera levantado de entre los muertos, sino hubiera resucitado no tendríamos esperanza de vivir por siempre y todos, sin excepción, perpetuamente seriamos condenado a muerte, pero ese Jesús, sí resucitó, Él vive y por siempre vivirá, en Apocalipsis 1-17-18 1:17-18 dice: “No temas. Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades”.

El Hades es el lugar de los muertos, o sea que el Señor no sólo venció la muerte, sino que quitó todo el poder que ésta tenía sobre nosotros y así mismo Él tiene el poder para abrir ese “lugar de los muertos” y dejar salir de él a quienes en Él creyeron, de tal modo que quienes mueren con su fe en Cristo serán liberados de ella, por eso no mueren para siempre y ese proceso llamado “muerte” deja de ser para los que creemos en Jesús algo terrible y atemorizante, por el contrario la muerte ahora es sólo un momento de sueño que tendrá un gran despertar, como dice 1 Tesalonicenses 4:13 y 14 “Tampoco queremos, hermanos, que ignoren acerca de los que duermen, para que no se entristezcan como los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios traerá por medio de Jesús, y con él, a los que han dormido…”

Así que morir es dormir en Cristo y dormir no duele, sino que trae descanso y siempre que uno duerme, se duerme con la esperanza de volver a despertar y esa es mi esperanza cuando yo me duerma y no despierte más en este cuerpo que hoy está padeciendo ELA, por eso cuando me duerma será porque he ido a descansar en el Señor hasta que Él me vuelva a despertar, pero ya con un cuerpo inmortal. 

Yo, la Ana Victoria que hoy ama, que se contraría y se enfada cuando no quiere lo que le está pasando, la que se conmueve con el dolor ajeno, la que llora y ora por Venezuela, la que piensa y razona, un día cualquiera, cuando Él lo diga, me dormiré y volveré al Eterno, pues soy realmente ese aliento de vida que Dios puso en mi cuerpo para hacerlo un alma viviente y después de un tiempo sonará la final trompeta y me despertaré de nuevo.

Todo lo que realmente soy, la esencia de mi ser está temporalmente morando en este cuerpo de muerte que cada día se deteriora con la ELA y se aflige con sus efectos, pero estoy segura de que un día seré liberada de él para irme a encontrar con el dador de la vida, sea a consecuencia de la misma ELA o sea por otra causa que nadie espera, ese día volveré a mi Creador para darle cuenta de lo que hice en este cuerpo y por mi fe en esa resurrección seré justificada de mis pecados y tendré vida eterna.